Lo que no se vio
Ayer tuve el profundo honor de predicar por cuarta vez en mi querida iglesia, Christ Fellowship Español. En esta ocasión, compartí un mensaje sobre cómo se manifiestan el cuidado y la ternura de Dios en medio de las dificultades. Si no pudiste estar presente, aquí te dejo un enlace para que puedas verlo.
Como hablé de la importancia de expresarnos, de ser vulnerables, hoy quiero abrirte una ventana hacia lo que no se vio durante mi preparación y el mensaje que compartí.
La última semana ha sido especialmente pesada para mi corazón. Christ Fellowship está atravesando una transición monumental: nuestro amado pastor fundador, Bruce Miller, está retirándose para dedicarse a su familia, a la escritura y a la formación de líderes.
Mi esposo, uno de los ancianos de la iglesia, forma parte del equipo encargado de encontrar al nuevo pastor general. No exagero al decir que este equipo ha invertido cientos de horas en oración, ayuno, planificación, lectura de currículos, viendo videos de prédicas de los postulantes y entrevistando a decenas de candidatos. Ellos tienen una tarea crucial por delante que impactará el futuro de nuestra iglesia. Aunque estoy segura de que el Señor los guía, las horas de trabajo y la carga emocional son inmensas. Yo no participo directamente en el proceso, pero he estado acompañando a mi esposo durante estas semanas. Le digo que, en los últimos meses, lo he visto envejecer más que en las últimas dos décadas. 🙂
A esto se suma que, dos días antes de mi prédica, falleció repentinamente el mejor amigo de mi papá, el pastor Isidro Chavez, un hombre de Dios humilde y de gran corazón. Me habría gustado correr a Monterrey para abrazar a mi padre, pero la distancia y las fronteras me lo impidieron. Dios sabe cuánto lloré el jueves y el viernes. Y cuando lloro, no puedo dormir; y cuando no puedo dormir, sufro de migrañas, y cuando me viene una migraña, también sufro de disturbios oculares.
Sabía que debía predicar el domingo, así que el sábado me esforcé por mantener la calma y pasar el mayor tiempo posible en oración y con mi familia. Dios es mi fuente de paz, mi fortaleza; y mi familia es mi energía.
Se llegó el domingo. Cuando me invitan a predicar, debo confesar que subo al escenario con dos temores persistentes:
Primero, me pregunto: ¿Quién me criticará hoy? En mis más de 20 años en el ministerio, he enfrentado todo tipo de críticas por ser una mujer en el liderazgo. Las pocas veces que he predicado, hemos recibido hirientes mensajes de personas que no están de acuerdo con el rol de la mujer predicando. Aunque confío plenamente en mi vocación y en el llamado que siento de parte de Dios, la realidad es que el temor a las críticas es una sombra constante.
Segundo, me preocupa: ¿Y si me da una migraña ocular? Las luces del escenario que contrastan con la oscuridad del lugar son fuertes detonantes para mis migrañas oculares. Cuando esto sucede, la visión se vuelve borrosa, y sin la capacidad de ver claramente, me resulta imposible leer mis notas y comunicar el mensaje que he preparado con tanto esmero.
A las 9 am, tomé una pastilla para prevenir una migraña, esperando que su efecto durara al menos 6 horas. Prediqué la primera reunión de las 9:30 sin problemas. Luego, antes de subir al escenario para la segunda reunión de las 11:15 am realicé mi breve oración habitual antes de subir a un escenario, “no mis palabras sino las tuyas, Señor, que tu Espíritu hable…” y subí.
Justo cuando comenzaba el segundo punto de mi prédica, la migraña ocular hizo su aparición. Los molestos destellos que oscurecen mi visión comenzaron a invadir mi campo visual y las luces del escenario eran como cuchillos afilados que penetraban mi frente. Entré en pánico. En cuestión de segundos, el miedo se apoderó de mí: “No podré ver, no podré leer, ¿qué voy a hacer? ¿Dejo de hablar y me bajo corriendo?” Puedes ver en el video que mis ojos comienzan a verse cabizbajos.
En ese momento de desesperación, sentí un toque reconfortante de Dios que me susurró: “Fluye, Lu, dámelo todo. No son tus palabras, sino las mías.”
Con una migraña ocular que me impedía ver a la congregación o mis notas, continué predicando el mensaje completo. Por primera vez, mi mayor temor al subir a un escenario se hizo realidad. Y allí, en mi debilidad, Dios tomó el control.
Cuando bajé del escenario, lo hice literalmente a ciegas. La migraña duró unos 10 minutos más antes de que pudiera saludar a la gente.
Y luego, justo antes de salir de la iglesia, un hombre de unos 60 años, Rafael, se me acercó. Pensé: “Here we go, ¿qué dirá sobre la mujer predicando?” Para mi sorpresa, no estaba interesado en discutir ese tema ni en hablar con Neal, que estaba a mi lado. Quería hablar conmigo personalmente.
Su pregunta fue simple y sincera. “En tu mensaje mencionaste la importancia de procurar la madurez espiritual. ¿Cómo puedo hacerlo? Quiero aprender más, quiero crecer, y quiero hacerlo rápido.” No podía creerlo… Este hombre se acercó a mí no para cuestionar mi liderazgo, sino para buscar mi orientación. Era la primera vez que esto sucedía. Me contuve para no llorar.
Le respondí con una sonrisa que el crecimiento espiritual, al igual que el crecimiento de un árbol, no sucede de la noche a la mañana. Se necesita tiempo y cuidado. Lo elogié por su interés, le afirmé el amor que Dios tiene por él y le sugerí comenzar a leer el Evangelio de Juan. Además, le presenté a Antonio, quien lo invitó al grupo de hombres y a su Grupo de Vida y con quien se quedó charlando mientras yo salía del edificio.
Increíble. Dios me mostró su cuidado y ternura de una manera sorprendente. Afirmó mi vocación y llamado y me enseñó una gran lección:
“Sé que tienes temores, Lu. Tus migrañas y el debate sobre la mujer en el ministerio no son más grandes que Yo. Dámelos. Dámelo todo. Sé obediente, confía y sigue adelante… y observa lo que Yo puedo hacer.”
Y aquí estoy, compartiéndolo con mi tribu. ¿Cómo te habló a ti Dios?